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Destino, La Paz

Posted by Manuel Valencia on February 23, 2014
Altiplano Boliviano

Altiplano Boliviano

Esperando el ómnibus en la estación de Puno miraba a tres jóvenes rubias tomando gaseosas, riendo y conversando en un idioma que me sonaba escandinavo. Un cuarentón solo, vestido con traje obscuro, camisa blanca, corbata, cargando un pequeño cartapacio, un burócrata. Esta seria la ultima parada del ómnibus antes de llegar a La Paz.

Las tres primeras horas transcurrieron sin novedad, acercándose la media noche, la obscuridad que nos rodeaba solo se cortaba con la luces altas del ómnibus y las tenues estrellas en el firmamento negro. A los bordes de las luces se podía ver pasar el icho y el polvo velozmente que las ruedas del ómnibus levantaba al rodar por la larga carretera no asfaltada. De vez en cuando las luces de otro vehículo rompían la monotonía del camino.

Carretera encalaminada

Carretera encalaminada

Con el cansancio de un largo día en Puno, el zumbido del motor diesel y el rítmico golpetear del encalaminado, me vencía el sueño. Me despedí del chileno y me acomode lo mejor posible para dormir. Mientras pensaba en como me iría en esa ciudad quede profundamente dormido.

Sentí un apretón en el hombro. Mientras despertaba, note que la cabina estaba totalmente obscura, todavía era de noche. El chileno susurrando dijo, “creo que hay problemas”, esto me completo de despertar, le pregunte que cual era el problema, me respondió que el ómnibus había parado en medio de la puna, que el chofer no estaba en su puesto y que el resto de los pasajeros aun dormían.

El burócrata que estaba sentado detrás del chofer, tampoco estaba en su asiento. Escuche voces venir de la parte de atrás del ómnibus. Trate de incorporarme para tener una mejor vista de lo que sucedía, cuando sentí otro tirón en el antebrazo, el chileno no me dejaba mover. El ómnibus parecía un sepulcro, ni un sonido o movimiento.

 

Dos voces y el sonido de pasos avanzaban de la cola al frente del ómnibus por el lado opuesto a nuestro asientos, el dialogo incomprensible. Las siluetas brevemente cortaron los destellos de las luces del ómnibus. La puerta delantera del ómnibus se abrió. Dos hombres entraron al frente del ómnibus en silencio, uno se sentó en el asiento del chofer, el otro quedo parado mirando hacia los pasajeros, hasta que el ómnibus reinicio el viaje. El hombre parado, se sentó detrás del chofer. En la obscuridad, no pude identificar al chofer ni al burócrata. Nuevamente el ritmo del ómnibus me arrullo y quede profundamente dormido.

Terminal de Autobuses de La Paz

Terminal de Autobuses de La Paz

Un sacudón y el crujir de la carrocería del ómnibus sirvieron para despertarme. Ya era de día y estábamos dentro de la ciudad, vehículos de todos tipos, colores y tamaños rodeaban al ómnibus como peces en migración. El día era brillante, el aire enrarecido por la altura y el ruido infernal de bocinas, ruedas metálicas de carretillas sobre las calles adoquinadas, silbatos de los policías de transito, junto con la música de locales, cada una mas alta, me ayudo a despertar.

Note también la ausencia del burócrata. Los demás pasajeros aparentemente ignorantes del percance durante la travesía recogían sus pertenencias con apremio, deseosos de llegar a su destino final y olvidar el largo viaje. Las rubias, alegres y curiosas manoseaban todo tipo de chucherías mostradas por vendedores.

Sentí un tirón en la manga izquierda, era uno de los tres niños que habían viajado conmigo acompañados de una monja de habito negro que me dijo, que el señor de la primera fila, le pidió que me entregara la nota que me había dejado. Le agradecí, y la leí,

Querido visitante,
Espero goce de una muy buena estadía en nuestra ciudad. Si necesitara asistencia alguna, pregunte por Álvarez en el numero 634 Calle Junín.
Su digno servidor,
Gonzalo M.

Tomé mi valija, mi bolsa y emprendí camino hacia el centro de la ciudad, al caminar, admiraba la arquitectura y la interacción de los pobladores con su ciudad.

Tenía que asegurarme sobre el contenido de mi valija. Busque donde revisar con detenimiento mis pertenencias y poder apaciguar mi justificada paranoia. Vi una iglesia en la esquina, siendo un santuario estaría seguro ahí. Una misa con pocos feligreses llenaba una pequeña capilla. La iglesia era grande y ofrecía muchos sitios vacíos donde podría sentarme a revisar mis cosas. Escogí una banca en un rincón menos iluminado y alejada de las puertas donde me senté y revise mi bolsa y valija con detenimiento. No encontré nada extraño.

Calle Jaen

Calle Jaen

Me aseguré de salir de la iglesia por otra puerta antes de mirar a ambos lados y después de pedir varias indicaciones, llegue al edificio donde me recibirían y albergarían durante mi estadía. Ingrese al vestíbulo, el portero se acerco y pregunto a quien visitaba. Le dije que visitaba a la familia Rodríguez, su cara cambio, me dijo que la familia había salido súbitamente de la ciudad pero que el Sr. Rodríguez había dejado una nota para mi. El portero fue detrás de su escritorio y me entrego, ella decía así:

Querido Vicente,
Disculpa mucho este inconveniente, hemos tenido que viajar repentinamente al interior. Esperamos volver pasado mañana. Te recibiremos el jueves a partir de las 6:00 p.m.
El portero te indicara donde puedes alojarte hasta el jueves.
Hasta pronto,
Rodríguez

Esa noticia me causo un malestar que me ocasiono un pequeño mareo. Salí del edificio pensando que tenia el resto del día para encontrar albergue. El portero me dijo que dos cuadras abajo y a la izquierda había un hotel donde pudiera quedarme. Camine por las calles centrales indagando los costos de varios hospedajes.

A las dos y media de la tarde almorzaba en un restaurante. Releí la nota del burócrata con detenimiento decidí acercarme. Camine a la dirección escrita pasando por la Plaza Murillo.
Llegue a la esquina donde la calle Junín intersecta la plaza, voltee y a pocos pasos encontré el numero 634, note una bandera nacional izada sobre un portón resguardado por un agente del orden armado con una arma automática. Busque en las paredes a los lados del portón sin encontrar ningún rotulo o emblema que indicara su denominación.

Acercándome al agente armado le pregunte, me miro con sorpresa, y sonriente me pregunto que a quien buscaba, sin contestar mi pregunta. Álvarez, dije, al señor Álvarez. Un momento me dijo, al estar casi apoyado contra el portón, lo golpeo sin inmutarse con los nudillos de su mano izquierda, manteniendo su otra mano sobre el arma y sus ojos fijamente puestos en mi.
Una pequeña ventanilla se abrió, Álvarez, dijo el agente y se cerro la ventanilla. Unos momentos después, el portón izquierdo empezó a crujir y se abrió solo suficientemente para permitir que mi cuerpo pasara. Pase, escuche desde adentro. el ante patio techado tenia piso de adoquines, y estaba casi totalmente obscuro.

Las paredes a mi izquierda y derecha eran idénticas, con una puerta de dos hojas y dos ventanas de dos hojas también a cada lado de las puertas. Sabia que estaba acompañado por el portero, pero mientras mis ojos se ajustaban a la obscuridad, la puerta a mi derecha se abrió dejando escapar una luz blanca y fría.

En el marco de la puerta pude distinguir la silueta de un individuo que con un gesto de una mano, indico al portero que me llevara hacia el. Sentí una mano en la espalda guiándome hacia la puerta abierta, el hombre ya no estaba en el umbral. Después de dos escalones ingrese a una ante sala con dos escritorios a mi derecha e izquierda y nuevamente otra puerta de dos hojas frente a mi. La ante sala estaba iluminada por un par de luces fluorescentes colgando casi a mitad de la distancia del piso al techo, las luces solo iluminaban el tercio mas bajo de la sala, sobre la línea de la luz era difícil saber que pudiera haber. Las altas paredes cubiertas con una pintura verduzca, lavable y algo brillante estaban vacías.

Los antiguos y abusados escritorios tenían cada uno una silla para un visitante. El individuo gesticulo con la cabeza al portero, haciéndolo retirarse, cerrando las puertas tras mi espalda. Durante estos momentos, mi anfitrión y yo nos examinábamos con la mayor discreción. Los dos estábamos parados a cada lado de un escritorio.

Era alto, robusto, de unos cuarenta años, vestido con un traje no ordinario, de tez blanca, el pelo y ojos obscuros, casi negros. ¿A quien busca? pregunto bruscamente después de un largo tiempo en el cual hice un esfuerzo muy grande de no ser el primero en intercambiar palabras. Le dije que buscaba al Sr. Álvarez. Me miro con mayor detenimiento, pregunto, cual es su propósito. Le explique que tenia una nota que había recibido en mi travesía desde el lago Titicaca con ese nombre y dirección.

Saque la nota y se la entregue, la leyó y la guardo en el bolsillo izquierdo de su saco Me dijo que sabia de mi posible llegada y que me podría brindar un modesto hospedaje, que recogiera mis pertenencias y lo siguiera pasando por las puertas al final de esa sala.

Al cruzar el umbral entramos a un patio interior de piedra rodeado con arcadas y tres puertas cerradas de dos hojas en cada lado. El sol ya se había puesto y poca luz natural alumbraba la ciudad. Caminamos bajo la arcada derecha hacia la puerta del medio, al abrir la puerta pude ver tras la ancha espalda de mi acompañante un angosto y largo corredor con varias puertas a los costados. Se detuvo frente a la tercera puerta a la izquierda, lentamente abriéndola como si estuviera cuidando el sueño a alguien.

Al entrar note un cuarto cuadrado sin ventanas, dos camas simples y dos bancas de madera, cada una al pie de las camas. El mismo alumbrado, pintura y ausencia de decoración se repetían en este cuarto. Estirando el brazo izquierdo y con la mano abierta, en un gesto que interprete amistoso y de generosidad, mi guía comunico sin palabras que me ofrecía ese modesto alojamiento. Escuchamos el crujir de una puerta cercana y el golpe seco y fuerte de la misma al cerrar. Mi guía me dijo que espere, y que volvería pronto, salió y cerro la puerta tras el. Decidí acomodar mis cosas para pasar la noche ahí. La puerta del dormitorio se abrió de nuevo y mi guía indico con la mano derecha que lo acompañe. Salimos hacia la izquierda en camino al final del corredor.

El 11

El 11

Al llegar, descubrí un nuevo patio con dos filas de grifos de agua incrustados en una sola estructura de lavaderos. Esto me recordó aquellos patios de lavandería de humildes casonas donde varias familias hacían su hogar en mi tierra, a una abadía. Ya había caído la noche.

Mi guía me dijo que podía pasar la noche ahí, con la condición de que restringiera al uso solo de las áreas que me había mostrado y que podía salir y entrar al edificio a mi gusto, excepto que tendría que llegar no mas tarde de la una de la madrugada, ya que pasada esa hora no tendría acceso. Caminamos hacia mi dormitorio donde se despidió deseándome una buena noche.

Ingrese nuevamente al dormitorio, acomode el resto de mis cosas para pasar la noche y pensé en que podría hacer hasta la una de la mañana. Decidí visitar al menos unos de los restaurantes recomendados, ya que se encontraban a corta distancia, dos de ellos los había pasado a mi llegada a la plaza Murillo. Fui al patio de los grifos, me lave la cara, las manos y regrese al dormitorio a recoger mi saco para salir a descubrir la vida nocturna de la capital mas alta del mundo.

La catedral en la Plaza Murillo

La catedral en la Plaza Murillo

Recordando los pasos a mi ingreso del edificio, regrese al portón de entrada. El portero, abrió nuevamente la puerta suficientemente para que mi cuerpo pasara y la cerro rápidamente. El agente del orden armado en el exterior me hizo una venia, como de aprobación. Procedí a caminar hacia la entrada de la plaza por donde había llegado, y por donde estaba seguro encontraría los restaurantes ya vistos.

Mire el menú del primero. Decidí investigar el otro restaurante que había pasado. Al acercarme, note que parecía mas popular, tenia mesas en el exterior con manteles, posiblemente destinadas para cenar, y al otro lado sin manteles, para beber o comer algo ligero.

Gesticule a un mozo para obtener una mesa, me señalo una pequeña cerca de la entrada del restaurante. Me acerque y senté mirando hacia la calle. El menú estaba ya en la mesa. El mozo me pregunto si deseaba algo de beber. Le pregunte si pudiera sugerir alguna bebida alcohólica popular consumida por los locales antes de la cena. Respondió que habían dos muy populares, una era el Singani solo, y el otro era Singani con licor de cerezas. Ordene el Singani con licor de cerezas.

Mientras examinaba nuevamente el menú, también observe a una pareja de señores, bien vestidos, cenando en una mesa aledaña, ambos fumaban y leían revistas. Los cigarrillos de cada uno en ceniceros separados, y dos copas de algún aperitivo frente a cada uno de ellos.
No había intercambiado palabras desde mi llegada. Al llegar sus platos, pusieron sus revistas en el piso al lado de sus sillas, apagaron los cigarrillos y empezaron a comer sin comentario alguno. Ella levanto la cabeza y me miro, aproveche la cercanía de nuestras mesas para desearles buen provecho. Ella respondió diciendo gracias. El la miro como con desapruebo, y entablaron una susurrada conversación, la cual no pude escuchar.

Al terminar su cena, el me pregunto mi procedencia. Ellos eran locales en una de sus salidas semanales a cenar. El era jubilado del servicio diplomático y habían vivido unos años en la capital de mi país.

El resto de nuestra cena la pasamos intercambiando historias de lugares visitados, tan amena fue la noche que el tiempo voló y no tuve oportunidad de examinar al resto de los comensales que nos rodeaban.

Claustro

El país estaba sufriendo de nuevo una resurgente pugna por el poder. Grupos armados e intentos en desestabilizar al gobierno, habían hecho incursiones cuasi militares en varias ciudades importantes, y anunciaban también desafiar al sistema establecido aquí en la capital. La ciudad vivía una paz nerviosa que se notaba en las calles y más aun, en las caras de sus habitantes.

En un momento de silencio con mis conocidos, pude ver a tres personas caminado en la acera del otro lado de la calle. Eran dos hombres y una mujer. Los tres desaparecieron en la obscuridad al doblar la esquina.

La pareja se dirigió a mi indicando su partida, y también su deseo de que mi estadía en su ciudad fuera de mi entero agrado. Respondí deseándoles una muy buenas noches y agradeciéndoles sus gentiles deseos. Recibí, y pague la cuenta mirando mi reloj, vi que eran las diez y cuarto, estaba un poco cansado, pero me dije que al menos caminaría un poco antes de volver al 634 calle Junín.

Se me ocurrió buscar alguno de los sitios de entretenimiento nocturno que tenia en mi lista. Camine por las calles aledañas, descubrí un local de donde salía luz, voces y se podía escuchar el sonido conocido de vasos alegres. Al llegar a la puerta escuche las cuerdas de una guitarra.

Entrando al local note que tenia a un lado un bar lleno de clientes y un numero de mesas pobladas de gente joven de toda procedencia. Al fondo derecho había una tarima pequeña, un micrófono y un banco donde estaba sentado el guitarrista. Logre acercarme y conseguí un sitio en la barra. Pedí una cerveza y mientras trataba con el tabernero, escuche un trio de voces femeninas venir del fondo del recinto.

Al voltear, me sorprendí al ver a las rubias cantando una de las canciones de Abba mas populares. Cantaban en castellano con acento extranjero. Al terminar la canción y después de recibir un fuerte aplauso y agradecer al publico con varias venias, se sentaron en una mesa al pie del escenario. En la mesa habían sentados tres personas cuyas facciones no podía distinguir ya que me daban la espalda. Reían con placer.

El guitarrista toco el solo de una canción andina muy conocida y obtuvo también un gran aplauso. Las luces fueron bajadas y una mujer vestida de largo con guantes hasta los codos se adueño del micrófono, el guitarrista empezó a tocar “A mi manera” de Sinatra, y la mujer la canto en castellano. Antes de que acabara de cantar y con las luces bajas, las rubias y sus tres acompañantes se incorporaron y salieron por la puerta lateral del local. Al dar vuelta y acercarse hacia la puerta vi que los acompañantes eran dos hombres y una mujer. La poca luz me impidió distinguir sus caras, pero sus formas y tamaño me dieron la impresión que pudieran ser las tres personas que había visto en la calle frente al restaurante donde cene esa noche.

Mire mi reloj y eran las doce y diez, ya cansando decidí volver al 634 calle Junín. Salí del local y me fije en su ubicación para regresar. Llegando a la plaza Murillo, sentí mucho frío, estando en la plaza desolada, me acerque al guardia, no era el mismo de la tarde. Le di el nombre, saco un papel de su bolsillo, lo reviso e igualmente que el guardia anterior golpeo la puerta con la mano izquierda. La puerta se entreabrió y el portero me hizo pasar. Camine a través de la antesala y por el angosto corredor hasta llegar a mi dormitorio.

Corredor

Corredor

Al entrar, vi que en la cama izquierda había una persona postrada, apague inmediatamente la luz para impedir que se despertara. No se movió. En silencio me acosté y quede profundamente dormido. Un gemido me despertó, no sabia de donde había venido, si de mi compañero de cuarto o de otro lado. Quise quedarme despierto por la eventualidad de que se repitiera, nuevamente escuche otro mas fuerte, esta vez estaba seguro que no venia de mi acompañante. Al levantar mi cabeza para usar mis oídos y fijar la procedencia de los gemidos, moví las cobijas haciendo ruido.

Una voz grave procediendo de la otra cama me dijo que mejor no prestara atención a los ruidos y que tampoco comentara esto con nadie. Mi acompañante no movió ni un pelo, fue como si fuera un costal de papas con una grabadora entregándome ese mensaje. Con el cuidado mas grande me volví a recostar evitando el mínimo ruido. Me quede pensando en la razón de los gemidos hasta que otra vez me quede dormido.

Al despertar en la mañana, mire el reloj, eran las ocho cuarenta y nueve, me percate que el saco de papas no estaba en la otra cama, y que no había señas de que nadie hubiera estado en el dormitorio conmigo la noche anterior. Recordé que a mi llegada al cuarto y ver esa persona postrada, apague la luz, y no pude ver si había algo mas, una valija, ni siquiera unos zapatos al pie de la cama. Era extraño, y ahora tendría que considerar si iba a seguir sus advertencias, o indagaría no solo sobre su presencia sino también sobre los gemidos.

Era domingo, día de recogimiento y descanso. Salí al patio de los grifos, me di un baño y al regresar a mi habitación, me vestí con mi mejor ropa dominical. Salí de la misma manera del edificio, eran alrededor de las once, de una mañana brillante. Visite calles desconocidas, parques y plazas, la ciudad era gentil y tranquila. Me acerque a una agencia de viajes para indagar sobre mis opciones de partir a casa. Me entere que los boletos del ómnibus, solo se podían obtener momentos antes de abordar y no anteriormente.

Restaurante

Restaurante

Pase la tarde observando los quehaceres de la población. Al atardecer decidí retornar al restaurante donde había cenado la noche anterior. Las calles del centro antiguo de la ciudad eran angostas de piedra, trazadas a fin del siglo XV por los conquistadores. Los edificios, mayormente de tres pisos construidos al estilo palacio urbano, algunos imponentes, otros algo descuidados.

Al ser domingo, era entendible que las calles estuvieran menos pobladas. Los negocios a puerta cerrada. Los sonidos y olores limitados a lo mínimo abierto. A mi llegada al restaurante, no siendo hora de cena lo encontré casi vacío, además de una pareja de turistas, todas las mesas estaban vacías. Mi cena fue buena. Regrese al 634 calle Junín e ingrese exactamente de la misma manera que la noche previa. Procedí a acostarme y dormí casi inmediatamente. No se si soñaba, sentí mi cama temblar, las puertas crujían, era un temblor, fenómeno común en nuestro continente volcánico.

Volví a dormir o a seguir soñando. Escuche unos gritos, fueron inentendibles y lejanos. Mire el reloj, las dos y dieciocho de la madrugada, me incorpore para mejor escucharlos pero solo pude notar que se acercaban.

Me levante, me vestí rápidamente y fui a la puerta del dormitorio, poniendo una oreja contra ella para tratar de identificar la procedencia de los sonidos. Venían del interior, hacia la izquierda de la puerta, pasando el patio de los grifos. Abrí la puerta unos centímetros. Mire a la derecha del corredor, las tres lámparas estaban prendidas, escasamente iluminando secciones parciales del corredor, quedando otras en total obscuridad. No había ninguna actividad en el corredor y al umbral del patio de grifos, era una boca de lobo.

Salí en esa dirección, sigilosamente esquivando las secciones iluminadas del corredor. Al llegar al patio de los grifos escuche puertas abrir y cerrar, y el arrastrar de sillas.
Cruce el patio por la arcada izquierda sabiendo que bajo su casi total obscuridad no seria descubierto. Al acercarme a la puerta que estando entre abierta, bañaba el corredor de luz desde su interior, vi una sombra de un perfil humano romper la iluminación. Tuve que rápidamente pensar como explicarme.

La sombra crecía, y finalmente vi el cuerpo de un hombre que cruzaba el umbral penetrando el corredor. Puse mi espalda contra la pared en una de las partes obscuras del corredor esperanzado pasar desapercibido. El hombre volteo a su derecha y camino hacia el final del corredor. Sentí un alivio muy grande mientras miraba al hombre alejarse. Todavía inmóvil contra la pared, note que el hombre paro, y dándose la vuelta empezó a regresar, como si se hubiera olvidado algo. Opte por salir de la penumbra y hacer mi presencia visible. Había decidido que diría que había escuchado ruidos y que mi curiosidad me había llevado a indagar, cosa que era verdad.

El hombre me vio, y rápidamente vino hacia mi, avance rápidamente hasta la puerta y mire en el interior, en el instante que tuve antes de su llegada pude observar que había un hombre cabizbajo, sentado y atado en una silla, dos hombres frente a el, y tres sillas ocupadas por tres personas encapuchas. Me grito, “quien es usted, que hace aquí”. Los dos hombres en el interior voltearon rápidamente, y el prisionero levanto la cabeza.

Antes de contestar, los hombres voltearon abruptamente y la luz ilumino sus caras, sus cuerpos bloquearon al prisionero. Uno era el burócrata, el otro había sido el que me había recibido, quizá Álvarez.

No pude reaccionar ni responderle. El burócrata inmediatamente se acerco a la puerta bloqueando mi visión del interior, cerrando la puerta a sus espaldas. Quedamos parados los tres en el corredor. El burócrata dijo, el señor es nuestro invitado, y tomándome del brazo, me dirigió al patio de los grifos. Sin cruzar palabra alguna llegamos al patio y sin dejar mi brazo, dándose vuelta y parándose frente a mi, con su otra mano tomo mi otro brazo, me miro con una mirada paternal y me dijo.

Este local es uno de tantos destinados a la policía secreta de nuestro país, yo soy un funcionario publico dedicado a la lucha anti terrorista. Nuestro país esta pasando por una época difícil. Su voz era suave, educada y gentil, complementaba bien su mirada, casi como la de un sacerdote.

Continuó, diciendo que era mejor que olvidara lo de este episodio, que no seria aconsejable compartirlo y concluyó: “es mejor que regrese a casa lo antes posible porque los días siguientes serán difíciles”. Soltó mis brazos y con un pequeño empujón me dirigió hacia mi habitación.

Camine a mi habitación, me metí a la cama y exhausto quede dormido. Soñé que estaba echado en un riachuelo, el agua fría golpeaba mis cabeza y hombros, las piedra donde descansaba eran lisas y frías, la luz intensa del sol de mediodía bañaba el ambiente. A través de mis parpados veía la luz con tinte rojizo. Estaba en estado de calma, casi no sentía mi cuerpo, como en un trance. Momentos después empecé a sentir dolores musculares sordos que permeaban todo mi cuerpo y que se agudizaban. No quería moverme, la intensidad del dolor me inmovilizo.

Riachuelo

Trate de abrir los ojos, algo lo impedía, era como si estuvieran cocidos o pegados. Empecé a sentir un frío que incrementaba y que termino haciendo temblar bruscamente mi cuerpo hasta que el dolor muscular causo que perdiera el conocimiento. El sueño continuo con la escena de la explicación del burócrata, esta vez, yo era un espectador. No podía escuchar lo que me decía, hasta que por fin escuche, “trata de descansar porque los días siguientes serán difíciles”. Estas palabras me aterraron.

En ese instante descubrí que todo esto era solo un subterfugio de un prisionero desesperado por escapar a su torturador. Era yo el chileno.

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