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La construcción del deseo

Cuidado con lo que deseas, se podría volver realidad.

Deseo vehemente de posesiones, bien sea materiales (riqueza, propiedades, bienes), bien inmateriales (estatus, poder, influencia).
En la codicia, la gente ambiciona tener más de lo que necesita para vivir. De allí que pueda llevar a las personas a tener conductas al margen de la moralidad y la legalidad.

Caminando un domingo; por una área céntrica y elegante de la ciudad; y pasando frente a un edificio que siempre admiré, como uno de esos sitios soñados donde vivir; noté un pequeño letrero indicando que había un departamento en alquiler.

La edificación mas deseada

Por décadas; y con cierta regularidad monitoreaba los anuncios de alquileres, o ventas en esa zona con el deseo de cumplir con mi anhelo, y finalmente conseguir vivir ahí. Al pasar de los años, perdí la esperanza de encontrar un departamento; y me resigné a vivir en otro sitio de la ciudad. No recuerdo bien cómo vi el pequeño aviso puesto contra una gran ventana, a un lado de la puerta del magnífico edificio.

Miles de veces, había paseado por el frente, recordando todos sus detalles. El edificio de cuatro pisos, de estilo francés del Segundo Imperio. Sobresalía elegantemente de sus acompañantes en la cuadra, por su exquisitez arquitectónica. Siempre excelentemente mantenido, era como ver a un caballero de alcurnia. Esta predilección mía, fue arraigada a una temprana edad, cultivada y reforzada con el pasar del tiempo.

Dudé que lo que había visto. Este presentimiento me hizo regresar y mirar la ventana nuevamente, para confirmar que el aviso estaba presente. Mientras lo leía, una misma mano lo extrajo y dejó caer la cortina. Que raro pensé, por qué lo retiraron tan rápidamente, que había sucedido. Habrían cambiado de opinión, había sido un error. ¿Sabrían de mis mas profundos deseos y estarían jugando conmigo?


No podía dejar pasar esta oportunidad, era la culminación de décadas de un deseo que parecía haber tomado una nueva fuerza, a raíz de esa tentación. Me acerqué a la puerta y presioné el timbre rotulado portería. Una voz masculina de mediana edad respondió. ¿Buenos días, que desea? Mire, acabo de ver el anuncio de alquiler y quisiera saber si pudiera ver el departamento. ¿Alquiler? Señor, este edificio nunca ha tenido un departamento de alquiler. Los dueños no venden, y solo los entregan a sus herederos. Le dije, “Si señor, pero acabo de ver el anuncio en la ventana a la derecha de esta puerta. ¿Pudiera averiguar?”

Señor, déjeme ver, ¿me espera un momento? Si por supuesto. Mientras esperaba, se me ocurrían historietas para explicarme lo sucedido. La dueña del departamento detrás de esa ventana quería alquilar, algo prohibido en ese edificio, y de vez en cuando ponía el aviso para interesar a los incautos. Ella estaba tratando de forzar un cambio de reglas irrompibles antiguas.

Señor, ¿esta usted ahí? Si aquí estoy. Parece que ha habido un mal entendido, no hay ni habrá ningún departamento en alquiler. Pero la Sra. Dueña del 101, desea conversar con usted, ¿si desea pasar? No entendí bien la propuesta. No hay nada de alquiler, ¿pero una dueña esta interesada en hablar con un extraño que desea alquilar? La confusión me dejó mudo. Sr. ¿Estaría todavía interesado? Si, por supuesto, gracias.

Vestíbulo

Un largo timbre sonó, y la gruesa puerta de acero y vidrio se entreabrió. Empujándola, accedí al largo vestíbulo cercado a cada lado por puertas de doble hoja similares a las de la entrada, pero aun mas elegantes. El piso era de mosaicos, con un motivo que inicialmente no pude distinguir, por la oscuridad de esa parte del recinto. Me evocaba esos frescos que representan los cielos con nubes coposas y aves al vuelo. Los frisos geométricos floridos que marcaban la unión de las paredes con el techo, parecían hacer movimientos ondulantes como el agua corriendo en un riachuelo.

Al fondo del vestíbulo, delante de la gran escalera espiral iluminada por un tragaluz, había un escritorio alto, desde donde el portero me estudiaba. Inicié el cruce del vestíbulo, y casi al llegar escuché el crujir de una puerta a mi derecha, algo que me distrajo. Continúe hacia el portero sin voltear. Frente a el, y mirándome intensamente, dijo, la Sra. Blanco desea conversar con usted. Por favor pase, es la puerta de la izquierda.

Al voltear, la iluminación había cambiado el diseño del mosaico. A mi entrada parecía algo pastoral. Con la luz a mis espaldas, los frisos ya no ondulaban, y el mosaico parecía imperceptiblemente girar en espiral como un remolino de agua. Me dirigí a la puerta que estaba entreabierta. Buenas tardes, dije. Pase, pase por aquí. Escuché una voz femenina venir de un salón a mi derecha. La cuadrada antesala tenia un gran espejo pavonado vertical en una esquina que reflejaba el recinto entero. Las cuatro esquinas estaban acompañadas de sillas idénticas de estilo francés.

Antesala

En el centro del cuadrilátero había una mesa con un tablero de mármol negro; donde estaba el aviso con solo la palabra alquilo. Una sombra cruzó la luz que provenía de la sala con la puerta entreabierta; me distrajo y encamine hacia allá.

Era rectangular, los mismos detalles decorativos que la antesala. A la izquierda, dos sillones de un cuerpo miraban a una grandiosa chimenea de estilo francés provincial. Tres ventanas de doble hoja daban a la calle. A la derecha, tres sillones frente a una mesa de centro; en admiración de un arpa dorada en la otra esquina. Sobre un banco estaba una mujer elegantemente vestida de gris, que con un gesto de mano, me indicó que me sentara en uno de los sillones frente a ella.

Salon de musica

Un acorde sonó, seguido por varios más y después de otros identifiqué la pieza. La había escuchado muchas veces durante toda mi vida, llegando a conocerla bien en mis veintes, cuando empecé a amarla. Al final aplaudí, y la mujer me hizo una venia. Poniendo su índice sobre sus labios, entendí que deseaba silencio. Gesticuló que me sentara a su lado en la banca, volvió a iniciar la pieza. Me senté y susurrando me dijo, bienvenido, lo he estado esperando un largo tiempo. Puso su índice sobre mis labios y entendí que no quería que hablara. Mientras tocaba me contó.

Vivo aquí desde niña. Mis bisabuelos llegaron de muy lejos y construyeron este edificio hace siglos. Toda mi familia ha vivido aquí desde nuestra llegada. Los bisabuelos prohibieron la venta, el alquiler o el ingreso a extraños. Mis padres eran primos hermanos; y cada uno heredó un departamento. Yo soy hija única y soy dueña de dos de ellos. Este y otro en el ultimo piso, que lleva vacío 100 años.

Era alta, delgada y aire aristocrático. Tenia el cabello blanco, y corto detrás de las orejas. Notaba una mujer cuidadosa de si misma y detallista en su presencia y sobria vestimenta. Terminó de tocar la pieza, y postrando juntas sus manos sobre sus piernas, me miró como para saber si entendía algo de lo que me había contado. Entendía todavía que deseaba mi silencio, pensé que si quisiera mi intervención me lo diría. Se levantó, cruzo el salón, y se acercó a una mesa bar al rincón izquierdo. Miro en mi dirección y con otro gesto de una mano me indicó que me sentara en uno de los amplios sofás frente a la chimenea.

Tomó un vaso grueso de cristal cortado y sirvió un licor de un decante. Acercándolo a mi me lo entregó. Volvió, y repitió lo hecho. Se sentó en el otro sofá, levantó el vaso en forma de brindis, mirando la chimenea y sin mirarme tomó el primer sorbo, y descansó su cabeza en el respaldar. Repetí sus movimientos para ver su reacción.

Tan entretenido estaba con los fabulosos eventos, su cuento y el silencio impuesto, que había dejado de prestar atención al ambiente que me rodeaba. Sentía escuchar el ruido de una moneda girando vertiginosamente sin parar. Hasta que recordé lo que me dijo, “lo he estado esperando un largo tiempo”. Esto me dejó con la interrogante, y mas aun, un sabor de deja-vu. Entendía literalmente lo dicho, pero no lógicamente, y menos emocionalmente.

Me imaginé que estaría brindándome tiempo para entenderla. Tomé otro sorbo de licor, y decidí no hablar hasta que ella lo hiciera, y levantara esa orden de silencio que antes me había impuesto. Esto permitió que hiciera conjeturas que explicaran las posibles razones de mi oportuna situación tan largamente anhelada. Ella agregada a la edificación, habían elevado el encanto mas allá de lo esperado.

Miraba pero no veía. Estaba ensimismado con mis pensamientos. Un acorde del arpa fue el que me trajo a la realidad. Ahora tocaba algo que no conocía, pero que tenia un sabor a música infantil, era suave y melodiosa. Me incorporé y puse de pie para mirarla. Volví a sentarme a su lado.

Entiendo que todo esto debe parecerte muy extraño, dijo. Te estarás preguntando por que estás aquí. Te explicaré. Desde niña, viviendo en esta casa, escuchaba a mis abuelos, tíos y tías que el mundo fuera era caótico, sucio, impredecible y hasta peligroso. Mis primos y yo fuimos educados en casa, a la manera de nuestros abuelos, con tutores. La niñez pasó imperceptiblemente hasta la adolescencia.

Al ser la menor de mi generación e hija única, fui la ultima en socializar con extraños. Nuestros padres invitaban a sus amigos con sus hijos a grandes eventos sociales. Los salones y jardines, se preparaban con mucha anticipación. Recuerdo con alegría los carnavales enmascarados, donde corríamos por toda la casa y hasta la huerta. Vi a mis primos y primas adaptarse bien a sus excursiones a extramuros. Mis padres, sobreprotegiéndome, impidieron mi gradual adaptación, hasta conseguir que desista de relaciones con extraños.

Es verdad que de niña fui algo enfermiza, pero ya en mi adolescencia, sufría solo esporádicamente de asma, cosa que yo consideraba muy manejable. Esta actitud de mis padres, a los cuales tenía que confiar, nunca creo en mi ningún rencor hacía ellos. Siempre pensé que estaban haciendo lo mejor por mi.

Poco a poco me acostumbré a jugar sola, estudiaba, leía, tocaba el arpa y el violín y casi sin darme cuenta cumplí treinta años. Todo este tiempo; mi sitio favorito para la mayoría de mis actividades era el poyo de esa ventana. A través de ella recibía la luz del sol y la luna, miraba como en una película los quehaceres de los transeúntes. Algunos pasaban inconscientes, entre destinos, otros con mas detenimiento, como gozando de la vida, respirando y observando su entorno. Pocos tomándose el tiempo de estudiar la calle, admirar los detalles y gozar de su existencia. Solo uno de esos transeúntes demostró un interés especial, algo que iba mas allá de lo ordinario. Ese transeúnte, eres tu. Por esa razón te he esperado para brindarte una oportunidad que espero, por lo menos te intrigue y posiblemente la puedas aceptar.

Entendía, lo que entendía, era poco, pero era algo. Estaba definitivamente intrigado, curioso por saber más. Había tanto misterio en todo lo que me había sucedido, era casi inverosímil. Mi deseo por ese sitio ofuscaba mi razón, no permitiéndome ser tan cauteloso como siempre lo había sido. Estaba enamorado de esa edificación y no sabía en que situación me estaba involucrando. Todo parecía hecho para mi. Ella era una mujer atractiva, elegante y educada. Yo, un pobre empleado publico. Me brindaba acceso a cosas con las cuales yo solo podía soñar, más no obtener.

Opté por la cautela, en mi anhelo de conocer más. Ella había descubierto mi admiración por el edificio de alguna manera. Era verdad que pasé por el frente innumerables veces. No sabía que estaba siendo observado y menos con el detalle que le permitiera que le revele este interés. Nunca la había visto. Ella sabia mas de mi; que yo de ella. Por un lado estaba halagado por su interés en mi. Por el otro, era raro el que me haya esperado como dijo.

Creo que te he abrumado con mi historia; y necesitas hacer sentido de todo esto. Si te parece, y quisieras volver, solo dile al portero el día y la hora y podremos conversar. Estoy segura que tendrás muchas preguntas. Es mejor que te vayas, y vuelvas.

Quedé mudo. Tenia toda la razón. Mi cabeza no daba mas. Ella había notado mi desconcierto, y me ofrecía un respiro. Algo que necesitaba, para ordenar mis pensamientos y decidir si la visitaría nuevamente.

Creo que tienes toda la razón. Todo esto ha sido algo muy nuevo para mi, y desearía procesarlo bien, antes de comprometerme a algo que no pueda lograr. Has sido muy gentil conmigo, y no quisiera errar en mi proceder al no poder actuar con mas tino. Acepto tu invitación, y cuando esté listo para volver, le informare al portero del día y la hora, como sugieres. Ha sido un real placer conocerlos. No, disculpa, conocerte. Como verás, me has confundido y aprovecho para despedirme. Hasta pronto.

Ojala, sea pronto.

Salí a la calle, era ya de noche. El aire seco y algo frio me sirvió para oxigenar mi cerebro y empezar a tratar de entender esa increíble velada. Era como el comienzo de un romance, con un ser totalmente desconocido por dentro, pero que por fuera había deseado por tanto tiempo. El edificio había sido el exterior, y ella era el interior. Interesante, cautivadora y misteriosa, aunque algo medio extraño. Su historia era muy peculiar.

Los días pasaron, y cada vez que quería ordenar y entender lo pasado, veía su dulce y taciturna cara con una sonrisa que no me convencía del todo. Recordaba detalles de ella y del edificio que no había registrado. Era como si estuviera descubriéndolas de una manera virtual. No recordaba realmente estos detalles, que afloraban como agua fresca de un manantial, sin saber su fuente. Me bañaba y reconfortaba en sus frescas aguas. Como un baño curativo, aunque después me dejara mas confundido.

No entendía la creciente fascinación que aumentaba exponencialmente cada vez que pensaba en ellas. Era como una droga que encanta los sentidos, haciendo de uno un cautivo de su consumo. Pensé por momentos, no volver, ni siquiera a pensar en ellas. Presentía que algo no andaba bien. Era muy perfecto. A estas alturas en mi vida, había aprendido que todo nos cuesta, y lo mas costoso es lo mas preciado. No podía verle las desventajas, eso me preocupaba. Mas bien por momentos sentía que ellas no me dejaban ver los riesgos. Era solo un presentimiento, pero esto me daba mucha ansiedad. Siempre pude encontrarle contras a todo, era una de mis idiosincrasias. Pero estaba muy ansioso por ver ventajas en esta nueva y extraña relación.

Semanas después, ya no soportaba el deseo de verlas, y me acerque al portón. Toqué el timbre y el pesado portón se abrió, como invitando mi entrada. Lo empuje y accedí al vestíbulo. Algo había cambiado, no estaba seguro, pero me brindaba tranquilidad. El portero, haciendo guardia de su dominio, me hizo una venia, y con una sonrisa casi maléfica y de satisfacción, me indicó que pasara.

La puerta del apartamento estaba entreabierta. Entré y guiado por los acordes del arpa llegué en silencio a sentarme a escucharla. La pieza que tocaba la conocía, no recordaba el nombre. Era agridulce, con acordes triunfales, y otros hasta fúnebres. Presentía que había llegado a mi destino, y que no obstante viviría el resto de la eternidad ahí. Era un lugar que aunque había codiciado tanto, sabía que algún precio tendría que pagar.

Ella no dejaba de tocar el arpa. Creí por un momento que me había dormido y que todo era un sueño. Los acordes del arpa me embelesaban a tal punto que pensé que había pasado mucho tiempo sentado escuchándolos. Me paré para estirar las piernas, casi dormidas. Miré mi reflejo en el gran espejo en el medio del salón y vi un anciano. La mire y ella también había envejecido.

No era que ella me quería cautivo, era que quería que la ayudara a escapar. Finalmente entendí que mi deseo convertido en codicia, me había encaminado al infierno del cual no se puede escapar.


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