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Del Sueño al Inescapable Despertar

Historia basada en un sueño.

Rin…, rin…, rin. Que suena, un reloj alarma, no, parece mas un teléfono. Abro los ojos, me noto cómodo sentado y abrazado por un sillón de brazos grandes que casi llegan a mis hombros, mis piernas sueltas delante mío. Rin…, rin…, trato de ver la procedencia del sonido que de algún sueño, por que casi siempre sueño, abruptamente me estaba despertando.

Al buscar la fuente del sonido, hice una inspección vertiginosa de mi entorno. Después de percatarme de mi posición en el sillón, inicie de derecha a izquierda una revisión, donde me encontré en un lugar extraño, pero con similitudes a muchos otros sitios visitados durante mi vida. Era como que hubiera quedado dormido en un lugar que no recordaba al despertar.

Al finalizar mi vistazo, encontré la fuente del sonido a mi izquierda, un teléfono negro con discado rotativo y auricular manual, posado sobre una mesa redonda con enchape de madera, donde compartía el espacio con una lámpara, un cenicero de plata y un encendedor de mesa. Mas despierto, y notando que estaba solo en el recinto, decidí incorporarme y responder la llamada del aparato sonoro, que no paraba de timbrar.

Acercándome lentamente hacia el, pude apreciar mas mi entorno, una gran sala, rectangular, con dos grandes ventanas con celosias entreabiertas permitiendo entrar la luz tenue como de un atardecer invernal. Un cuadro colgado entre ellas. Esta era la pared izquierda que pude ver rápidamente en mi camino hacia el sonido. La mesa que albergaba al teléfono, estaba en la esquina izquierda de la gran sala.

Recojo el auricular, lo llevo a mi oído, digo “ala?”. Una voz juvenil, lejana y desconocida pregunta, “la casa Morales?”. Me tomo un momento descifrar lo dicho, pensé contestar sin estar seguro de mi ubicación. Decidí responder con preguntas para quizás confirmar mis sospechas, “Es hay donde usted llama?, desea hablar con alguien en particular?”

“Estoy buscando a mi tía abuela” dijo ella. Esa respuesta no me brindo ninguna pista. “La tía Antuca” prosiguió. Antuca? me pregunte, estará buscando a Tuca?, una hermana de mi papa? Recordé que algunos miembros de la familia también la llamaban así, ya que se llamaba Antonieta. Las piezas del juego empezaban a mostrarme donde me hallaba.

Durante el breve intercambio, pude percibir la pared opuesta a donde estuve tan cómodamente sentado, lado corto de la sala rectangular, con dos altas puertas de doble hoja, cerradas enmarcando a un gran espejo de borde intricado dorado. No recordaba esta como la casa de mi tía Tuca, muchas veces la había visitado, durante toda mi niñez en los veranos, donde jugaba con mis cuatro primos. También se celebraran todas las navidades ahí. Gratos recuerdos.

Esta era algo así como esas casonas de antaño, que cuando niño visitaba a algún lejano pariente con mis padres, donde teníamos que portarnos bien y reflejar bien en ellos. Saludar, sentarse derecho, comer todo lo servido usando los mejores modales, y por supuesto no meterse en líos. Si en caso vivieran niños en dicha casona, la cosa era distinta, entonces podríamos jugar, explorar nuevos sitios y fraternizar con ellos. Esta casa no tenia indicios de juventud, todo era formal, limpio y ordenado.

La dije, “con quien hablo?”. Me dijo, “soy Úrsula, nieta de Hernán y Teresa, mi abuelo era hermano de mi tía Antuca, acabo de llegar del extranjero y quería saludarla, ya q no la veo hace años”. Mas indicios, recordé a mi prima menor Úrsula, a su padre Hernán, hermano menor de mi padre, pero no recordé a Úrsula hija, al otro lado de la conversación. Yo también había estado ausente de nuestra ciudad natal durante cuatro décadas, y ahora aparentemente estábamos los dos de vuelta.

No pude corroborarle, si era la casa de Antuca, pero pude compartir con ella nuestra relación sanguínea, y celebrar su esfuerzo de mantenerse en contacto con la familia. Palabras que fueron bien recibidas. Ellas me saludo con cariño, me dijo “tío Manuel, me podrías informar de la familia?”. Le conté lo de mis ausencia, y le explique que todavía no había visto a ningún miembro de familia. Le dije que acababa de despertar con su llamado y que había contestado el teléfono, ya que nadie lo había hecho, después de dejarlo sonar por un rato.

La pedí que volviera a llamar mas tarde, que estaría seguro que la casona estaría llena de gente a la hora de la cena, cuando usualmente todos los miembros de familia acudirían a cenar, como recordaba de antaño.

Mientras conversaba con Úrsula hija, mire el cuadro entre las ventanas, notando un paisaje alpino visto desde altura con un gran lago rodeado de grandes montañas. El lago serpenteando el contorno montañés tomaba la mayoría del centro del cuadro vertical. Mientras recorría el borde del lago, vi una pequeña embarcación, una lancha a motor, mi vista, ya no lo que era, me forzó a que me acerque para ver el detalle, dos figuras femeninas sentadas, una de ellas con un brazo alzado, como si llamando a alguien. Me acerque aun mas para ver si era posible distinguir los rostros, era imposible, el pintor no había podido detallar algo tan pequeño, pero mi impresión era que eran mis primas Úrsula y Mónica.

No se si eran ellas, pero como había hablado de ellas, y no habían pasado por mi memoria en años, quizás me estaba sugestionando. Al colgar el teléfono, escuche el crujir de una puerta viniendo de mi derecha. Voltíe rápidamente, ya que esta era la primera muestra de vida, mas allá de la llamada telefónica. Mientras lentamente se abría la hoja izquierda de la puerta derecha de la pared opuesta a mi sillón, de una obscuridad total, apareció una figura femenina vestida de negro.

Al avanzar lentamente hacia el interior de la sala, por un corredor natural entre sofás y mesas acomodadas hacia su centro, note que como sin verme, ingresaba con un paso pausado y seguro. La danza de brazos y piernas y el repicar de los tacones sobre ese suelo de madera dura antigua, me hizo recordar a alguien. Al estar casi inmóvil, desde el momento de la crujida de la puerta cuando vertiginosamente voltíe a ver su procedencia, y al estar al lado opuesto de esa gran sala, no podía distinguir bien las facciones de la figura femenina.

Delgada, no muy alta, pelo negro recogido en un moño, vestido sencillo negro, medias de nylon grises y tacos de charol negros. Pensé notar una tez trigueña, como si expuesta al sol, mujer de edad media, caminando distraída o con algo muy importante en mente. Así me explique como no me había poder visto.

Atravesando dos tercios del largo de la sala, pasando la primera puerta doble de dos hojas que ese lado de la sala tenia, duplicando como en un espejo las dos grandes ventanas del otro largo de la sala, parecía flotar. Su avance ensimismado la llevo hacia la siguiente puerta doble, donde reparo, volvió hacia ella y abriendo la hoja izquierda atravesó el umbral, desapareciendo y dejando la puerta abierta.

Mire por un momento el recinto, como esperando alguna otra actividad, pensé en que haría ahora. Decidí seguirla y atravesar esa puerta y explorar la casona. Cruce la sala, al acercarme a la puerta, escuche el repicar de un lejano campanario marcando la hora. No conté las campanadas, mi impresión era que eran o las seis o siete de la tarde.

La típica obscuridad de esa estación inundaba el umbral. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra, empecé a reconocer mi entorno. Un gran patio de claustro románico con arcadas en bóveda, y numerosas ventanas y puertas en cada lado. Al centro una pequeña fuente enmarcada de un jardín con rosales. El firmamento ya obscurecido mostrando su inmensidad y gracias a la sequedad del clima, estrellado. Las campanas todavía llenando con su sonora expresión el silencio del sitio.

Ella ya estaba volteando la esquina izquierda del claustro, pensé, en camino la puerta de donde emanaba una luz amarillenta bañando el piso del claustro frente a ella. Observe su ritmo al caminar y nuevamente pude escuchar su taconeo ya que el campanario había cumplido su función. También, a la ausencia de las campanas, empecé a escuchar el gorgoteo de la fuente.

Inmóvil en el umbral, solo siguiéndola con mi mirada, confirme su internamiento en la boca de luz, que parecía crecer en intensidad al pasar los segundos. Hice una revisión panorámica del claustro, la simetría y orden exhibido era algo de mi agrado. Envuelto el claustro casi en total penumbra, a excepción del recinto luminoso, desafiando mis poderes de percepción. Siempre goce del juego del claro obscuro.

Nuevamente decidí perseguirla, indagar su procedencia, destino, relación, si lo hubiera y mas. Ya no podía mantenerme al margen. Sentía que de alguna manera estaba en algún tipo de santuario, percibía algo muy familiar. Camine hacia la luz, sin saber que encontraría. Al llegar a ella y mirar a su interior, el cambio de penumbra a iluminación cegó mis ojos momentáneamente.

Parado estupefacto, esperando la inevitable adaptación ocular, no pude imaginar mi sorpresa. Una habitación amplia con dos camas sencillas a mana derecha, un sofá a mano izquierda, bordeado por dos sillones y una mesa de centro. Con los ojos adaptados, note que la luz no era tan intensa, que mayormente era tenue y que venia de tres lámparas de mesa.

La habitación no estaba vacía, al salir de la niebla causado por el fenómeno del cambio de luz, descubrí personas, específicamente hombres, algunos sentados, otro parados mirándome. Ya con mi vista repuesta, empezó a reconocer caras y cuerpos, todos vestidos de traje y corbata negra, también con camisa blanca. Uno de los hombres parados, haciendo un gesto como de aceptación o saludo con la cabeza, inicio su acercamiento a mi. Al cruzar la habitación desde la pared mas lejana a la puerta donde yo estaba, empecé a vislumbrar facciones conocidas.

Hasta el momento, las caras me habían sido desconocidas. Felipe, me dije, el silencio era aun sepulcral. Era mi querido primo Felipe, un par de años menor que yo, hijo de mi tía Tuca, una de las hermanas de mi papa. Le extendí la mano, el me abrazo. Durante su efusivo abrazo reconocí a otros de mis primos hermanos. Miguel, Joaquín, Paulo Hernán, Diego, Rolando, Juan, Paul y Jaime.

Eran hombres de edad media, note una alegría al verme. El mismo gesto compartí con todos mis primos, girando hacia cada unos de ellos hasta completar nuestro saludo. No habíamos cruzado palabra alguna. El ultimo abrazo fue con Miguel, al desbrazarnos, me hizo girar hacia el lado derecho de la habitación, donde había notado las dos camas.

Sentada en una de ellas, la mujer que me había guiado hasta aquí. Levantando su cara, reconocí a mi prima Mónica, con una mirada dulce y como con resignación, se incorporo, acercándose a mi me abrazo. Sentí el cariño familiar, como si toda mi familia estuviera abrazándome, tanto familiares en vida como los que ya muertos. Era una experiencia confortante. Mientras gozaba de esa sensación única, escuche sus susurros decirme, la vida es un sueño, es tu hora de despertar.


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