Hace solo unos días, una pareja de amigos en una conversación en nuestra casa, mencionaron un nuevo restaurante en una zona elegante y céntrica de la cuidad. Pusimos fecha para visitarlo y degustar su ofrenda. Llego el día anticipado y llegamos en nuestro coche al local. Con mi usual habilidad, que es la envidia de mi esposa, encontré un estacionamiento muy cerca de la puerta del restaurante.
El local era pequeño pero acogedor. Nos llevaron al segundo piso, casi todas las mesas estaban ocupadas, eso era una buena señal. Nos trajeron la carta y empezó la negociación y selección de platos a saborear. La selección sigue a la negociación cuando los comensales acuerdan si comparten su selección. No siempre sucede, ya que hay muchos que desean solo gozar de su selección, sin degustar de la de los demás. Una persona en nuestro cuarteto prefiere no compartir, pero fue parcialmente convencido dado el argumento de probar este nuevo restaurante.
Una mesera joven con un acento extranjero nos atendió y pregunto si desearíamos ordenar algo para beber. Mi esposa sugirió el vino por botella, no el de la casa, ya que otros amigos nuestros nos habían advertido que no les había parecido muy bueno en su ultima visita.
El dueño, sabíamos que era el, por que los que nos advirtieron sobre el vino, lo conocen y ellos habían sido los que nos recomendaron ese restaurante, se acerco a saludarnos. Nos dio su nombre y la zona geográfica de su país natal.
Entendí que seria una de dos cosas, la primera, que el nombre de su cuidad o pueblo sea tan desconocida que requeriría otra explicación que alargaría el innecesario intercambio. O la segunda siendo que viendo nuestras caras de posibles ignorantes, hubiera decidido que era mejor nombrar una cuidad importante y decirnos que era de por ahí.
Cuando volvió con el vino que habíamos escogido de la carta, descorchándolo anuncio, este vino que van a probar viene de mi viñedo que había sido un manzanar en el pasado. Solo con esa sugestión, no pude quitarme de la cabeza que sabia algo a manzanas. Los aperitivos llegaron y estuvieron muy bien. La velada estaba prometedora. Ordenamos una segunda botella de otro vino. Los platos de fondo llegaron y estuvieron mejor de lo esperábamos.
Sorprendida con la etiqueta del vino en la mesa, mi esposa hizo notar que ese no había sido el vino que habíamos ordenado. Esperando un impase, pregunte, que vamos a hacer al respecto? Resolvimos hacerles notar. El dueño como es usual en muchos restaurantes, se acerco a nuestra mesa para indagar si estábamos satisfechos con la comida. Que se le dice a un anfitrión de su comida?
Mi esposa aprovecho su acercamiento para de manera muy cordial, hacerle notar que el vino que habíamos ordenado, no era el que nos habían traído. Después de corroborar nuestra orden en su ordenador, regreso y nos dijo que, le había pedido a una mesera que le alcanzara el vino ordenado, pero que le entregaron otro vino, y como las etiquetas eran similares, nos había servido uno en error. No cambio la botella, ya que solo restaba menos de la mitad, y anuncio que nos compensaría al final de la cena con un licor especial de su país natal. Acordamos que era justo, ya que nosotros también éramos delincuentes en no prestar la debida atención.
Después de los postres, el dueño se acerco con dos pequeñas copas en una mano, en la otra una botella sin etiqueta. Puso las copas en el centro de la mesa y vertió el licor en ellas. Lo miramos asombrados, éramos cuatro personas, y solo habían dos copas. Al notar nuestro desconcierto, voltio rápidamente y regreso con dos copas mas, las lleno y dijo, este licor es muy especial y es muy probable que ninguno de ustedes lo hayan probado.
No fue hasta que narre este episodio a los amigos que lo conocen, que recordé que cuando despreciamos el vino de su viñedo, sin darnos cuenta lo hubiéramos podido ofendido y que su venganza fue de convenientemente tildarnos de ignorantes.