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La expedición

Posted by Manuel Valencia on July 11, 2019

Las conversaciones, los planes, la anticipación y los preparativos en completar esa expedición que ya tenia fecha fija, nos tenia muy ansiosos. Habíamos hecho expediciones antes, pero como esta nunca. El destino era nuevo y desconocido, el equipo estaba conformado de miembros de diferentes edades, desde una infanta de meses hasta una septuagenaria. La responsabilidad, aun que dividida entre todos, pesaba fuertemente sobre ellos los encargados.

Largos meses de coordinación estaban ya por detrás. Listas de lo esencial a llevar, se hicieron, revisaron y volvieron a revisar, para asegurarnos de no olvidar nada, y menos llevar algo superfluo que hiciera la travesía mas ardua. Sabíamos bien que el camino, o en verdad la travesía hacia el destino no seria lo mas desafiante, sino la estadía en ese lugar tan foráneo.

El vehículo que nos transportaría fue también revisado con detenimiento para asegurarnos un pasaje sin incidentes. Revisamos los espacios de las bodegas para cerciorarnos de obtener la mayor capacidad de volumen para nuestras necesidades. Días antes de la partida, objetos ya confirmados como esenciales de uso general empezaron a poblar las bodegas del vehículo.

La carga se dividía en tres tipos. Los objetos de uso general, los de sustento alimenticio y los objetos personales. Los de uso general ocuparían casi todo el espacio. Los alimentos serian los segundos en volumen. Finalmente, cada tripulante tenia un límite de cosas por llevar. Afortunadamente el destino no requería vestimentas gruesas, pero si algo protectoras de la piel. Este era el desafío del lugar al que íbamos.

Temprano el día del viaje, preparados mental y físicamente, como un reloj cargamos los alimentos y objetos personales y con mucha anticipación montamos el vehículo e iniciamos la expedición sin contratiempo. Todos en nuestros puestos, vimos el paisaje campestre correr a lo largo del camino, después de salir de la ciudad. Los campos verdes sembrados contrastaban con el gris y negro del asfalto ciudadino. El vehículo se comportaba como esperado.

Horas después de la partida y deseosos de un descanso, encontramos un cafetín en la carretera donde paramos a comer algo y a estirar las piernas. El día estaba brillante, el sol incandescente, la humedad abrumadora y el calor insoportable. Afortunadamente tanto el vehículo como el cafetín gozaban de aire acondicionado. Esto era casi de rigor en estos lares. A partir del mediodía hasta la puesta del sol casi nueve horas después, era recomendable refugiarse del sol y de su radiación de rayos ultra violetas. Las advertencias de sus posibles efectos en la piel y la vista, eran ya conocidas y aceptadas por la gran mayoría de la población.

Eran las 2:30 de la tarde cuando reanudamos el camino. Tuve que salir anticipadamente a encender el vehículo y esperar que el sistema de aire acondicionado refresque la cabina antes de continuar el viaje. Momentos después enrumbamos a nuestro destino. El viaje tomaría solo unas pocas horas mas.

La tripulación consistía de cuatro adultos, tres de mediana edad, dos mujeres y un hombre, acompañados de una mujer de edad mayor y una infanta de meses. Estos dos últimos pasajeros, por sus edades requerían cuidados especiales, tanto como para desplazarse como para los alimentos y los azotes del medio ambiente. Todos estábamos muy conscientes de la importancia de mantenernos como mínimo bien hidratados. Sabíamos que esa era una responsabilidad no solo personal, sino que deberíamos asegurarnos que los demás también lo hicieran.

A nuestra llegada al refugio que habíamos alquilado hacia casi un año, descargamos el vehículo y pasamos esa tarde acomodándonos. Como todo sitio nuevo, tuvimos que arreglarnos, el espacio era limitado. El refugio tenia las comodidades esenciales. Los artículos personales a los cajones, la comida a la despensa y el refrigerador, los objetos de exteriores bajo el porche, protegidos de la lluvia.

Cenamos temprano sabiendo que el día siguiente seria largo de exploración. Descansamos largas horas. Al despertar tomamos un generoso desayuno, contando con que donde íbamos, no tendríamos manera de preparar una merienda satisfactoria.

Después del desayuno nos preparamos para salir. Con el cuidado necesario de aplicar generosas dosis de bloqueador sobre toda piel que estuviera expuesta a la radiación solar. También vistiendo ropas delgadas que dejen pasar el calor corporal y que por lo menos sirvan para bloquear algo la radiación. La elección de calzado es primordial. Un calzado que expone la piel es inapropiado ya que tendríamos que recorrer un largo trecho para llegar a nuestro destino.

Preparamos una merienda ligera en la eventualidad de permanecer mas del tiempo pensado y desear comer algo. Los objetos que deberíamos llevar estaban ya acomodados en mochilas, bolsas y en una carretilla especialmente diseñada para esta etapa de la travesía. La merienda, fruta y bebidas en una hielera agregaban peso a la carretilla. Con gorras, anteojos oscuros, apertrechados y deseantes de esta aventura enrumbamos hacia ella.

Yo jalaba la carretilla que sorprendentemente se deslizaba con facilidad ya que el terreno bajo nuestros pies era duro y firme de tierra, con una pequeña pendiente a favor nuestro. Caminamos por un tiempo escuchando solo el viento y un casi inaudible rumor rítmico que sabíamos venia de la dirección en la que caminábamos. Este sonido se incrementaba mientras nos acercábamos a el. Ahora sonaba como si un felino estuviera golpeando a una presa muerta con una pata, jalándola y devolviéndola, para volver a jalarla.

El piso bajo nuestros pies empezó a transformarse de un piso firme a un polvo fino, para terminar en una arena gruesa que cedía a nuestro peso y que dificultaba nuestro progreso. Los adultos podíamos con cierta dificultad avanzar, pero la señora mayor empezó a retrasarse, algo que hizo que todos aminoráramos el paso. La infanta algo molesta por este nuevo impedimento, y sintiendo que se hundía pedio ayuda, y consiguió los brazos de una de las dos mujeres.

La duna

Estábamos rodeados de arena, frente a una duna mediana que sabíamos que teníamos que cruzar. El sol incandescente, el calor y la humedad agregaban al malestar general sentido por todos, agravado por el cuadro frente a nosotros. En silencio y con resignación, emprendimos la subida a la duna. El peso de la carretilla se multiplicó con la inclinación de la subida.

A varios metros del ápice, notamos que la brisa que venia del otro lado de la duna hacia que arenas en su curvilíneo filo volaran en nuestra dirección. Paramos antes de entrar en esta zona de arena voladora. Acordamos de cerrar los ojos y labios, y contener la respiración para cruzar este desafío natural. Cubrimos la cabeza de la infanta y hicimos el mismo esfuerzo hasta notar que la arena ya no nos golpeaba.

Estábamos en la cúspide de la duna, abrimos los ojos y soplando la arena de nuestros labios percibimos nuestra meta. El cielo sin una nube estaba cortado horizontalmente por un espejo oscuro que en la lejanía estaba inmóvil, pero que al acercarse a nosotros, golpeaba con fuerza a la tierra como un panadero golpea rítmicamente la masa de pan para suavizarla. La tira y la recoge para tirarla nuevamente, mientras que la superficie resiste sus golpes con resignación.

Cerca de la ladera de la duna estableceríamos nuestro campamento. Primero montaríamos los aparatos para brindarnos sombra y estar fuera del sol. Abriríamos las sillas para poder descansar después del esfuerzo y para pasar las largas horas en ese ámbito. Abriríamos la hielera para beber y rehidratarnos. Miraríamos a ese agreste, desolado e inhóspito sitio y nos convenceríamos que estábamos en un sitio soñado, solo para volver al albergue insolados, cansados y con deseos de descansar para poder repetirlo todo de nuevo por el resto de nuestra vacación en la playa.

La playa

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